lunes, 5 de mayo de 2008

Deriva in Motion


Proyecto realizado por Carolina Caro, Paz Peña y Elizabeth Toro, en torno al concepto de deriva en la ciudad y situacionismo.

viernes, 11 de abril de 2008

Ciudad de Extremos

Quizás una cosa que particularmente me impacta de sobremanera, al observar mi ciudad, es el alto nivel de contraste que se aprecia en el amplio sentido de lo imaginado. Es como si la ciudad estuviera en una constante contradicción entre lo que debe y lo que puede ser. Por un lado está la catedral y cruzando el río de orina, la casa de putas. No se si esto es el resultado de la improvisación a la que ha estado expuesto Santiago o simplemente responde a la configuración mental, al simulacro en el cual nos movemos los habitantes de esta metrópolis.

En mis cortos dos años en la escuela de Arquitectura de la UTEM, el asunto que más me impactó fue la dualidad polarizada de las construcciones en Chile. Es increíble que arquitectos se planteen diseñar para la vivienda social construcciones como la Villa el Volcán, las casas Chubi o las polémicas viviendas a medio construir que se entregaron hace algún tiempo, en donde los habitantes debían terminar de edificar, con la irrisoria justificación de que apreciarían más sus casas si eran “fruto de su esfuerzo”, según lo explicado en cátedra por profesores arquitectos de la UTEM a algunos de mis ex compañeros de escuela. El tema es complejo, al analizar y comparar como se levanta la ciudad en su otro extremo, en su lema de ciudad futuro, de súper futuro.

Tal como expresó Emilio Marín en su charla, Santiago se levanta como un ícono, en donde la postal del progreso económico de ésta, fácilmente puede entrar a competir con ciudades como Nueva York, que a nivel de generación de sensaciones impregna en sus espectadores el espíritu de una falsa modernidad, que en realidad enmascara a la sobremodernidad ya instalada en nuestra vida. Citando a Vincente Descombes en su libro sobre Proust, el espacio es un "territorio retórico", donde todos se reconocen en el idioma del otro, hasta nos entendemos con medias palabras, nos reconocemos en nuestras referencias sociales, espaciales e históricas, tenemos cosas en común independiente de nuestras desigualdades. Esto es lo que ha ido variando en la actualidad de nuestra sociedad y que se refleja particularmente en la arquitectura y el diseño de nuestras expresiones. La ciudad se ha ido llenando de esos lugares-nolugares que no identifican, ya que no tienen como precedente la identidad de nuestro ecléctico zoológico social. Marc Augé plantea en “Sobremodernidad, del Mundo de hoy al Mundo de mañana”el NoLugar de la siguiente manera : “ Así, al definir el lugar como un espacio en donde se pueden leer la identidad, la relación y la historia, propuse llamar no-lugares a los espacios donde esta lectura no era posible…Podemos pensar, por lo menos en un primer nivel de análisis, que estos nuevos espacios no son lugares donde se inscriben relaciones sociales duraderas”. Así los espacios que reflejan el desarrollo de la urbe, se plantean como arquitectura de paso: modernas autopistas, cadenas hoteleras de lujo, centros como el World Street Center de Santiago, emergen para demostrar al mundo lo pujante de nuestra economía y mentalidad neoliberal, amparada en la cotidianeidad de lo vanguardista. ¿Cuáles son entonces los reales íconos de nuestra sociedad?, ¿La sobremoderna y dispar arquitectura que nos delata? En el vagabundeo resultante de nuestros actos cotidianos creo que lo globalizado, lo virtual, se limita por nuestra idiosincrasia, por nuestra pertenencia al Nuevo Mundo. Como dice el personaje de Franz en el libro “La insoportable levedad del ser” de Milan Kundera “…la belleza europea ha tenido siempre un cariz intencional. Había un propósito estético y un plan a largo plazo según el cual la gente edificaba durante decenios una catedral gótica o una ciudad renacentista. La belleza de Nueva York tiene una base completamente distinta. Es una belleza no intencional. Surgió sin una intención humana, algo así como una gruta con estalactitas. Formas, que en sí mismas son feas, se encuentran casualmente, sin planificación, en unas combinaciones tan increíbles que relucen con milagrosa poesía”. Quizás algo de esto tiene Santiago, es la urbe improvisada, el defecto de la no planificación, es la espontaneidad.

jueves, 10 de abril de 2008

Graffline

Proyecto realizado con Carolina Caro y Javier Narvaez. Presentamos el grafiti a través de un recorrido visual morfológico.


domingo, 6 de abril de 2008

Melancolías al Lodazal de Santiago

Todo lo que queda de los escenarios de mi primera niñez se lo ha comido la ciudad que como mancha aceitosa se expande, tragando los florecientes potreros, las vacas, las acequias. Era un tiempo en que agonizando se mantenían los restos de pretéritos fundos de apellidos vinosos (Primeros terratenientes de la Florida: Ossa de Cruchaga, Larraín, Morandé, entre otros. Historia de La Florida), La Florida aún se debatía entre lo rural y lo urbano. Mi jardín fue todo un bosque, mi patio un inmenso potrero, la fruta se comía arriba del árbol y los veranos eran de manguerearse con los amigos y luego reposar guatita al sol en la terraza de nuestras casas.
Salir de nuestra villa por muchos años fue una travesía digna de exploradores, más aún en invierno, cuando el barro de los potreros era la única alfombra que nos conducía a la veintiúnica micro que llegaba, hasta ahí acudíamos: mamá, hermanos, guagua, con bolsos llenos de cosas que jamás ocupamos. También estaba Tobalaba, la otra salida al mundo, enmarcada de álamos y besada por las viñas que se expandían hasta el horizonte de mis infantiles ojos. Esta ingenua ruralidad contrastaba con el mundo aquel que se erigía allá a lo lejos, con su Muricí, sus gelaterías y edificios, eran terrenos ajenos a mis dominios, con los cuales coqueteaba sin enamorarme.
Triste fue ir constatando la anunciada muerte de mi cosmos natural, de mi salvajismo infantil. Fui testigo de la tala, del nacimiento espontáneo y devorador de villas grises y torpemente rítmicas que se sucedían infinitamente, sin singularidades, apocando el paisaje, deslavándolo. Ahí supe no sólo de pobreza estética, sino del terror, la marginalidad y el miedo que se escondía detrás de mi burbuja.
En una de estas villas donde se abrazaba la vivienda social y las callampas, mi papá comenzó una fructífera labor social, a la cual lo acompañé cada sábado. Me había quedado sin mis árboles y mis acequias, pero floreció un universo nuevo de hogares de colores, precarios e improvisados, como relata Pedro Lemebel (Zanjón de la Aguada, Crónica en tres actos): "...a fines de los años cuarenta se fueron instalando unas tablas, unas fonolas, unos cartones, y de un día para otro las viviendas estaban listas. Como por arte de magia aparecía un ranchal en cualquier parte, como si fueran hongos que por milagro brotan después de la lluvia, florecían entre las basuras las precarias casuchas que recibieron el nombre de callampas por la instantánea forma de tomarse un sitio clandestino en el opaco lodazal de la patria...".


Palacios de frágil arquitectura con firmes bases de esfuerzo y calidez humana, de temores y angustias siempre vedadas a los niños. A ellos me incorporé como una más y aprendí a descubrir tesoros en la rivera de la leche oscura del Zanjón de la Aguada. Estos fueron mis últimos bailes con la novia furtiva y caótica, melancólica e ingenua de las periferias de antes.
El otro Santiago se me presentó al tiempo y mis fines de semana comenzaron a transcurrir en Pío Nono, en la pastelería de mi abuela. Desde ahí emprendí expediciones, cautas al comienzo: Primero fue el zoológico, luego el resto del San Cristóbal y de ahí me dejé llevar por ese curioso aire cosmopolita, embriagándome de Patronato, el barrio Bellavista y el Forestal, claro, aún estaba muy ajena al zoológico delictivo y las diversas faunas que pululaban por el sector. La ciudad tenía la forma que le iban dando los caminantes, así como los rincones se volverían en mi vida, fruto de las situaciones: ya no era escaladora al ver un árbol.
Hoy al caminar por estos mismos barrios o al recordar la insolencia de la naturaleza en mi niñez, siento que las emociones son los prismas que le dan el valor a cada rincón que aprecio de mi ciudad. El mismo Parque Forestal, donde siendo una niña decidí optar por la vida, hoy lo recorro con avidez, rápidamente, intentando imitar la agilidad desinhibida de mi hijo. Vuelvo a ver la ciudad desde las alturas del árbol, a sentirme veloz en la rapidez de un columpio o complice en la quietud de una reunión bajo la mesa. Los lugares existen en nosotros producto de las circunstancias.
Eliza Toro

lunes, 31 de marzo de 2008